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Memes en los tiempos del coronavirus

Updated: May 6, 2020


Alguien lo suelta al universo. Entra en contacto con otra persona quien, a su vez, lo comparte. Probablemente nadie sabe su procedencia exacta —se especula— y se reproduce con celeridad, transmitiéndose de un individuo a otro de manera exponencial. Se va viral. El contagio es masivo. Y después de un tiempo pierde tracción, muere y desaparece.

¿Virus o meme?

Si los virus piratean nuestros cuerpos, los memes secuestran nuestras mentes. ¿Y qué es un buen meme si no una idea contagiosa, una unidad de información cultural con mucha actitud y la capacidad de reproducirse mejor que la competencia? Comienza cuando su creador lo sube a las redes, donde se comparte entre usuarios pioneros, por lo general milenios o generación zeta. No pasa mucho tiempo antes de que un famoso lo comparta en su página, lo que hace que reviente en popularidad y alcance un pico. Enseguida, empieza el descenso y, cuando lo adoptan los boomers o la generación X —o sea, cuando hay contagio de masa crítica—su muerte es inminente. Los memes modernos tienen ciclos de vida cortos: tan pronto se vuelven súper populares, comienzan a apestar.

No siempre fue así. El meme original, el de la era análoga que nada tiene que ver con la internet, siempre ha gozado de permanencia. Su raíz viene del griego mimeme, que quiere decir imitación y, en el sentido más amplio, incluye chistes, adivinanzas, fotos, videos, juegos, bailes, jingles, rimas, aforismos, fábulas, refranes y tradiciones. El concepto del meme es mucho más viejo de lo que pensamos: en 1976, el biólogo inglés Richard Dawkins creó el término para describir esas ideas culturales que se replican y pasan de persona a persona y de generación en generación, como si fueran genes. En fin, los antiguos chistes de Pepito son los abuelitos de los memes que hoy comparten nuestros hijos.

Estos memes contemporáneos son como los nuggets, o sea, la comida chatarra de los medios de comunicación. Hasta tienen una apariencia chatarra: colores chillones, tipografía gritona, fotos baratas. ¿Por qué su estética es tan vulgar?

Para entenderlo hay que conocer su historia y las características de 4chan.org, la cuna de los primeros memes, como lolcats, rickrolling y chocolate rain. El foro de 4chan se creó en el 2003, originalmente para publicar imágenes de manga y ánime, y pronto se convirtió en un sitio asociado con las subculturas y el activismo en la web, con más de 20 millones de visitantes únicos y 540 millones de visitas totales al mes

(nada mal para lo que muchos todavía consideran un rincón oscuro del internet). El formato de los memes —imagen, video o texto distorsionado con fines caricaturescos— empezó allí, pero con una traba: en sus comienzos, la arquitectura de la página no era robusta y el espacio de su servidor estaba bastante limitado, por lo que cualquier imagen que se subía duraba solo nueve minutos antes de ser borrada y dejar de existir por completo. Por su naturaleza efímera —podríamos decir desechable— los creadores de memes no se esmeraban en el diseño. Montaban rápido, de forma anónima, como quien lanza muchos anzuelos y que Dios reparta suerte. Si nadie compartía el meme, le pasaba como a un virus que, sin huésped, muere. Pero si en esos nueve minutos alguien lo compartía, recibía una nueva oportunidad de vida, se exponía a un grupo novel de usuarios y se propagaba exponencialmente.

Los memes se han convertido en la propaganda de la era digital: información cultural que ha sido condensada en un formato breve que es compartido en solo segundos. Los políticos lo saben y le sacan provecho. Las marcas que entienden cómo los milenios son capaces de transformar la economía, han adoptado su lenguaje gráfico. Hay compañías, como Know Your Meme, que se dedican a documentarlos y existe una revista dedicada al tema, Meme Insider, que irónicamente está impresa en papel. Todo evidencia la popularidad de los memes, que viene de su potencial para tocar una fibra, de decir esas cosas que tal vez no se expresarían de otra manera.


Como están diseñados para compartirse, combaten el aislamiento y la soledad, lo que los hace perfectos para estos tiempos de distanciamiento social. Mientras las redes sociales presentan nuestra mejor cara, los memes exponen aquello que nos frustra o asusta. Normalizan lo absurdo y utilizan el humor como herramienta de brega, para poder reírnos por un momento de nuestras luchas compartidas. Ahí están, en un solo encuadre, nuestras fallas y temores, porque lo que nos hace reír tiene muchísimo que ver con lo que nos preocupa. La risa no le resta importancia ni lo trivializa, sino que nos brinda seguridad porque nos hace sentir comprendidos. El que me quiere, quiere que yo me ría. El que comparte un meme no quiere reírse solo. Y a veces nos reímos porque no sabemos qué más hacer.


Los memes del coronavirus no se ríen de la enfermedad mortal, sino de cómo lidiamos con ella. ¿Y qué otra cosa podemos hacer desde nuestras computadoras? Las personas promedio no tenemos el poder para detener un problema de magnitud global. Sin embargo, deseamos ser parte de algo más grande que nosotros mismos, y los memes, que requieren conocimiento de eventos y noticias, son una forma de validación. Una que no depende del dinero ni de la belleza.





Muchos memes son chistes internos, referencias que un cierto grupo entiende porque pasa por una experiencia en común. Las calles estarán vacías, las escuelas y los malls cerrados, pero pobre del que se enfrenta a las manadas que corren a comprar papel de baño, desinfectante y harina para matar el tiempo haciendo bizcochos. El nuevo paradigma de la lucha por la supervivencia es el viaje al supermercado.

Aquí, uno de nuestros miedos expuestos: los efectos de la cuarentena en la apariencia física. Memes sobre engordar, ponerse pelú, perder las uñas postizas, envejecer de tanta espera y volver al color de cabello natural. Esas semanas y semanas en el sofá viendo Netflix, nos pasarán la factura.

Dichosos los que puedan sustituir la salida al cine, a la playa o a las tiendas con tiempo para el amor. Pero esas aguas no siempre son plácidas, como comprueba el muy repetido “Ya no aguanto a mi marido” de tantas mujeres en los Zoom Happy Hours entre amigas.

Si la crisis pone matrimonios a prueba, también pone a nuestros líderes políticos en la mirilla, y los memes toman la temperatura de la opinión pública. Mientras más desacertada es la decisión del gobernante, más punta se le saca.



Entramos al lado oscuro, el de teorías de conspiración y otras hierbas. Los memes verbalizan lo que muchos sospechan o quieren creer, independientemente de si hay o no evidencia. ¿Será verdad que China tiene una agenda maquiavélica de dominio global? Jum. Me gusta más la teoría de que el CoVID, y la cuarentena, son artimañas de extraterrestres.

No importa que sean chistes, mentiras o verdades; los memes son organismos vivos, paquetes de información que emergen por millones sin un plan maestro y, de la misma manera que un virus, necesitan una audiencia, o huésped, para sobrevivir y transmitirse. Mientras más nos distanciamos para detener el contagio del coronavirus, más propagamos memes. En su esencia, un meme es prueba de que, sin juicio de efectos positivos o negativos, los seres humanos estamos destinados a contagiarnos los unos a los otros de algo.

¿Qué dirán, dentro de miles de años, los seres humanos o tal vez alienígenas— que descubran nuestros memes? ¿Qué aprenderán de nuestra civilización? Quizás, los antropólogos que habiten una futura utopia post apocalíptica, estudien el meme del espectáculo del último Superbowl y declaren que, efectivamente, esa fue la celebración del fin del mundo. O, por lo menos, el mundo tal y cómo se le conocía hasta ese entonces.


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